- La piel no avisa con calendario en mano
- Las señales que el espejo no debe ignorar
- Más vale prevenir que rascar
- Las arrugas también tienen su historia
- El acné, ese compañero pegajoso
- Una anécdota de esas que no se olvidan
- Las visitas regulares no son un capricho
- No todo lo rojo es rosácea
- El sol, ese amigo traicionero
- La importancia del diagnóstico precoz
- Lo que no se ve, también importa
- Reflexiones desde la trinchera
La piel no avisa con calendario en mano
Uno pensaría que la piel tiene modales y nos da tiempo para organizarnos antes de montar un espectáculo. Pero no. En dermatología, las sorpresas están a la orden del día. Hay quienes dejan pasar meses con un sarpullido que aparece y desaparece como si tuviera vida propia. “Ya se irá solo”, dicen. Y ahí es donde se mete la pata. Porque a veces ese sarpullido es solo la punta del iceberg.
En ciudades como Miami, donde el sol pega con ganas casi todo el año, los problemas cutáneos no son ningún chiste. La sobreexposición solar, sumada a la humedad constante, convierte a la dermatología en el pan de cada día. Y no, no exagero.
Las señales que el espejo no debe ignorar
Uno de los errores más comunes es pensar que mientras no pique, no escueza o no sangre, no hace falta correr al dermatólogo. Craso error. En mi consulta en Miami, he visto desde lunares que cambiaron de color como camaleones hasta manchas que parecían pecas traviesas y terminaron siendo queratosis actínicas. Y eso, señores, es como echar gasolina al fuego si se ignora.
En dermatología, lo que parece inofensivo a veces se comporta como un lobo con piel de cordero. Si notas una lesión que cambia, se eleva, sangra o simplemente no estaba ahí hace seis meses, ya estás tardando.
Más vale prevenir que rascar
A ver, que a nadie le hace ilusión visitar al médico por gusto. Pero cuando se trata de la piel, postergar puede salir caro. En Miami, es habitual que los pacientes consulten tarde. Muy tarde. Y eso, en muchos casos, se traduce en tratamientos más agresivos. Porque sí, en dermatología el tiempo cuenta, y mucho.
Las patologías cutáneas no esperan al clima perfecto ni al hueco en tu agenda. Se presentan cuando quieren. Y como dermatólogo, he visto cómo un eccema leve termina convirtiéndose en un verdadero cajón de sastre de complicaciones por no haberlo tratado a tiempo.
Las arrugas también tienen su historia
No todo en dermatología es cáncer o alergias. Hay una vertiente enorme dedicada a lo estético. Y en Miami, donde la imagen lo es casi todo, la consulta estética es una constante. Pero ojo, que las arrugas también hablan. Cuentan historias de sol, de gestos repetidos, de colágeno que ya no quiere colaborar.
He tenido pacientes que venían por una mancha “que no les gustaba” y terminamos descubriendo una lesión precancerosa. O al revés, pensaban que era un melanoma y era una simple hiperpigmentación postinflamatoria. Esto es como revisar el motor del coche: mejor hacerlo antes de que te deje tirado.
El acné, ese compañero pegajoso
Si hay algo que puede volver loca a cualquier persona —y de paso bajarle la autoestima al sótano— es el acné. Especialmente ese que se resiste a irse después de los 30. En dermatología lo llamamos “acné adulto”, y es más común de lo que la gente cree, sobre todo en zonas húmedas como Miami. El sudor, el estrés y los cosméticos incorrectos son su gasolina.
Lo curioso es que muchos intentan arreglarlo con remedios caseros. Mascarillas de bicarbonato, pasta de dientes, limones… Todo menos ir al especialista. Y créeme, eso solo consigue hidratar a cascoporro una piel que lo que necesita es un tratamiento con cabeza.

Una anécdota de esas que no se olvidan
Recuerdo a una paciente joven, bailarina, piel de porcelana. Llegó con una erupción en los brazos que, según ella, era una simple alergia. Resultó ser un lupus cutáneo. Me decía: “Doc, yo pensé que esto era por el sol…”. Pues sí, pero no solo por eso. La derivé al reumatólogo, iniciamos tratamiento y hoy está estable, pero ese susto la hizo cambiar de hábitos. Y también entender que la dermatología va mucho más allá de una crema y una palmadita.
Las visitas regulares no son un capricho
En países con alta radiación solar, como Estados Unidos y particularmente Florida, hacerse un chequeo dermatológico anual debería ser tan básico como ir al dentista. En Miami, lo ideal sería incluso cada seis meses, dependiendo del tipo de piel. Porque sí, la piel tiene memoria. Y todo lo que le haces hoy, te lo factura mañana.
Hay quienes piensan que si no hay un bulto visible, no hay problema. Pero no es así. En dermatología, prevenir es curar. Y si uno espera a tener síntomas evidentes, es probable que ya haya terreno perdido.
No todo lo rojo es rosácea
Muchos pacientes llegan diciendo “tengo rosácea” solo porque se les enrojece la cara al tomar vino o al hacer ejercicio. Pero la dermatología no es tan lineal. Hay que revisar, palpar, a veces biopsiar. El diagnóstico correcto es el primer paso para no meter la pata con el tratamiento.
En Miami es común ver brotes por calor, por sudor o incluso por estrés. Y lo que parece rosácea termina siendo dermatitis seborreica, lupus o simplemente piel sensible. Por eso, nada de autodiagnóstico de Google. Que eso, muchas veces, solo sirve para asustarse sin razón.
El sol, ese amigo traicionero
Uno de los grandes culpables de las consultas dermatológicas en Miami es, sin duda, el sol. Y ojo, que no digo que sea malo. El sol es vida, es vitamina D, es alegría. Pero sin protección, es como caminar sobre fuego. Las quemaduras solares en la infancia son como un crédito tóxico: pasan factura más adelante con intereses.
Y no me refiero solo al cáncer de piel. También están las manchas, la flacidez, las arrugas prematuras. Todo eso que termina empujando a muchos a buscar peelings, láseres y cremas que prometen milagros. Aunque, sin protección solar, es como llenar una bañera sin cerrar el grifo.
La importancia del diagnóstico precoz
El diagnóstico temprano es el rey del mambo en dermatología. Un carcinoma detectado a tiempo puede extirparse con mínima invasión. Esperar, en cambio, puede significar cirugía más compleja o incluso metástasis. No se trata de asustar, sino de hacer las cosas bien desde el principio.
En mi consulta en Miami, cada semana detecto al menos un caso de cáncer de piel que el paciente no había notado. Y eso me recuerda, una y otra vez, por qué es vital la revisión periódica. Es más real que los impuestos: la piel habla, pero hay que saber escucharla.
Lo que no se ve, también importa
Muchas veces lo más peligroso es lo que no se ve. Melanomas ocultos, dermatitis que afectan calidad de vida sin dejar cicatriz visible, o incluso infecciones fúngicas que parecen inofensivas pero debilitan el sistema inmunológico. La dermatología es también una especialidad de lo sutil, de lo que requiere ojo clínico.
Y eso es justo lo que muchos olvidan. El espejo no lo dice todo. La piel puede engañar. Por eso, acudir a consulta antes de que algo duela, pique o arda no es exageración. Es sentido común.
Reflexiones desde la trinchera
Después de tantos años en la práctica, lo que más me sorprende es cómo la gente subestima la piel. Es nuestro órgano más grande, el que nos protege del mundo exterior, y aun así lo tratamos como si fuera un accesorio. En Miami, donde el culto al cuerpo es tan potente, no debería ser así.
La dermatología no es solo crema, láser o bisturí. Es ciencia, es prevención y también es escucha. Y si hay un mensaje que quisiera dejar claro, es este: no esperes a que la piel grite. Escúchala cuando susurra.